ARTÍCULO PARA LA REVISTA ARV – PARTE 01

Yo no estuve allí, pero me lo han contado.

Llegar al edificio de Campo Baeza impresiona. Medirse con esa fachada, columbario de filisteos, nos da una idea de quienes somos. Todos con los que he hablado, y que sí estuvieron allí, me han dicho que es un edificio “romano”, no sé si porque lo han leído o porque realmente lo han sentido. Lo cierto es que tiene mucho de templo, con su magnífico podio sobre el que se erige el prisma puro, colosal y a la vez cercano en su composición de fachada a la escala del hombre. Y luego, en el interior, la cella, donde uno queda empequeñecido ante la presencia de la luz. Personas que saben más que yo lo han comparado en su grandiosidad y perfecta composición con el Palacio de Carlos V y por la majestuosidad de su espacio construido con un cuchillo diagonal de luz con la Catedral de Granada. A mi, modestamente, me recuerda a las termas.

Sería repetirme explicar como el edificio se dispone en diagonal, como se reviste de más masa hacia el sur y como su piel se adelgaza hacia el norte. La cuestión es que la solidez del edificio nace de la solidez del discurso de su arquitecto. Todo es extremadamente sencillo y nada falla, tal vez porque este es uno de esos pocos proyectos en los que el resultado edificado se parece mucho a su idea. Sin embargo hay un elemento del proyecto original que no se ha podido llevar a ejecución: en el diseño Alberto Campo proponía dejar la cubierta con grandes huecos para que entrara la luz, el aire y la lluvia, como en el Panteón (de nuevo Roma proyecta su sombra), pero finalmente se acaban cubriendo con amplios lucernarios. El edificio podría haberse convertido en un adarve más de la ciudad, uno más de los muchos que tiene Granada. Podía haber dejado a la calle filtrarse en su interior y haber sido una parada más en el paseo del caminante distraído. Podría haber sido un exterior atrapado por un muro de hormigón y alabastro.

El edificio de la General es espacio y también masa. Su cuerpo cúbico intenta poner orden en este margen tan deconstruido de la ciudad. Se planta frente a su rival, la Caja Rural, como dos pesos pesados, dos púgiles cada uno en su esquina del ring. ¡Tan, tan, tan! Suena la campana. ¡Segundos fuera!. ¿Quién vence?.

 

 

 

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