Mi cliente tenía una única premisa para el proyecto: su local no podía parecer una farmacia, quería que fuera un lugar agradable, que invitara a pasar un rato. El local elegido para la implantación de la farmacia era rectangular, pero presentaba una crujía de pilares muy próximos a uno de los cerramientos, lo que condicionaba sobre manera la distribución y cortaba las visuales desde la zona de acceso.
Decidí que era mejor no intentar esconder el pilar y, por el contrario, convertirlo en el protagonista de la composición. Forrado en madera de haya, sobre el mismo se construía un gran capitel de listones de madera cruzados, que enmarcaba la zona de público y servía como separación a la zona de atención personalizada.
Para el suelo se utilizaba una cerámica fragmentada, y en los techos se jugaba con foseados en grises y blancos.